jueves, 13 de septiembre de 2012

"El coleccionista de palabras" VICENTE BATTISTA


Autor: VICENTE BATTISTA

Hay gente que colecciona objetos de papel: desde estampitas y estampillas hasta boletos de colectivo o programas de cine. Hay gente que prefiere
cosas más rotundas: desde caracoles marinos hasta piedras con formas
extrañas. Agustín, en cambio, sólo colecciona palabras. Se queda con las
que ya no se usan. Las amontona sin ton ni son, y, por aquello de que a las
palabras se las lleva el viento, las guarda en sitios a los que no llega la mí-
nima brisa. Las protege a todas con igual esmero, pero prefiere a unas más
que a otras. Cuestión de gustos. Alfaqueque, por ejemplo, le gusta más que cuchipanda y no duda un instante entre melarquía y lanuginoso.
El hecho de guardarlas no reviste el menor peligro. Son palabras que
pertenecen al pasado, que se han dejado de usar, como la plancha a carbón o la
radio a galena. Creíamos que Agustín simplemente las coleccionaba, pero no.
Descubrimos que de tarde en tarde se dirige sigilosamente al sitio en donde las
tiene guardadas, mira a uno y otro lado y, cuando está seguro de que nadie lo
va a oír, convoca a las viejas palabras: las repite, casi en un murmullo.
Pronunciar perillán, sabemos, le brinda un delicioso temblor en la
garganta. Algo parecido sucede cuando pronuncia villanchón. En ambos
casos son goces mínimos: duran lo que tarda en apagarse el sonido llán y el
sonido chón. Pero no todo es regocijo: basta con que Agustín diga lañador
o faramalla para que la boca se le seque sin remedio. Talanquera lo pone al
borde del desmayo.  Nos preocupa que persista en este juego peligroso. Él
insiste en que son cosas del azar y se ríe cuando le decimos que hay palabras que matan. Creo que cualquier tarde de éstas nos va a dar un disgusto.


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